Quien, en el mes de abril llega a los Países Bajos en avión, puede apreciar ya desde el aire una extensa alfombra de flores que colorean el paisaje neerlandés. No sólo el tulipán, la flor símbolo de los Países Bajos, es cultivado con mucho esmero en las zonas costeras neerlandesas; también los jacintos, los narcisos y los crocos forman parte de ese gran gigante que es la industria de flores de los Países Bajos.
El tulipán es originario de las estepas de Asia Central y florece principalmente en las regiones de las antiguas Persia y Turquía. Las versiones acerca de su llegada a los Países Bajos varían, pero la mayoría coincide en que fue traída por un diplomático en el siglo XVI.
En ese entonces, pese a que los imperios otomano y austríaco se habían declarado oficialmente en guerra, mantuvieron sus contactos comerciales y culturales. Uno de esos contactos fue a través de un embajador austríaco, en Adrianópolis, de apellido Busbecq, quien quedó cautivado al ver un ejemplar de la flor en un palacio en el que se encontraba de visita.
El diplomático decidió llevar muestras a cortesanos y especialistas de las principales ciudades del imperio. Una de ellas llegaría a manos del experto botánico Carolus Clusius, quien, en la universidad neerlandesa de Leiden, experimentaría con el bulbo. La admiración que la planta causó en Clusius y la pasión con que éste la cultivó lo llevaron a hacer injertos. Las mezclas daban origen a flores de tal belleza, que pronto sus tulipanes se convirtieron en producto de lujo, exclusivo para conocedores y miembros de la realeza. Sin embargo, en el siglo XVII la flor se hizo popular entre farmacéuticos, ya que se le atribuían propiedades curativas. Fueron ellos quienes, al abastecerse de existencias, dieron el primer impulso al comercio de bulbos. En 1635 surgió la llamada ‘tulpomanía’, y personas de toda procedencia y razón social querían cultivar o tener en casa los exquisitos bulbos.
Su comercio creció de tal manera que se prestó para su especulación, y todo el que ingresaba al negocio de los bulbos podía obtener ganancias incluso antes que éstos florecieran. El comercio se volvió especulación, y las oportunidades de ganar dinero eran tan grandes, que ciudadanos prósperos dejaban sus trabajos y vendían sus propiedades para dedicarse de lleno a esa actividad.
Pero, en 1637 cambiaron los tiempos. La paridad desproporcionada a que se había llegado -un único bulbo podía tener el precio de una casa- ocasionó, en su momento, el desplome de los mercados, ocasionando el primer crac bursátil de la historia occidental. Los inversionistas quebraron, algunos de ellos hasta se suicidaron de la desesperación, y la moda de los tulipanes llegó a su fin, al menos por un tiempo.
En el periodo entre 1840 y 1860, la economía se recuperó, y hubo quienes decidieron volver al comercio de los bulbos, pero de manera equilibrada. El comercio ya no se basaba en la especulación, sino también, y sobre todo, en las ventas directas y subastas públicas.
En 1965, el cultivo de bulbos abarcaba más de 13.000 hectáreas, principalmente en la región de Haarlem, en los municipios de Hillegom, Lisse, Sassenheim, Warmond, Voorhout, Noordwijkerhout y Noordwijk. Actualmente, se extiende a 20.000 hectáreas, y la exportación anual de bulbos se aproxima a 2 billones. Sin duda, su contribución a la economía neerlandesa es una de las más significativas y su aporte al turismo se refleja en los millones de visitantes que cada primavera vienen a los Países Bajos a apreciar la famosa flor y, de paso, siguiendo el ejemplo del diplomático Busbecq, a llevarse unas cuantas muestras.