El escritor Kader Abdolah nació en Irán en el año 1954. En 1988 llegó a los Países Bajos como refugiado político. Desde entonces ha escrito y publicado sus libros en neerlandés. Su libro, «La casa de la mezquita», fue nombrado el segundo mejor libro en neerlandés de todos los tiempos en 2007. Kader Abdolah: «He aprendido mucho, he hecho mucho y he visto mucho en la sociedad neerlandesa. Y la sociedad neerlandesa me ha cambiado con su lengua». En la siguiente anécdota el escritor cuenta sobre una de sus primeras experiencias con los Países Bajos. En primer lugar, la historia de una triste mujer neerlandesa.
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«Una mujer melancólica»
Si yo pudiera decidir quién aparece en mis sueños habría dejado entrar a otra mujer neerlandesa. Pero es ella quien viene a perturbarme el sueño. Prefiero no saber nada de ella. Ni siquiera cruzármela por la calle pero no puedo evitarla. La llevo adentro.
Cuando llegué a los Países Bajos tuve que seguir, como otros extranjeros, un curso de integración civil. La persona que dictaba el curso era una mujer de treinta y ocho años. Tenía un rostro magro surcado de oscuras ojeras. Parecía sufrir hambre. ¿Hambre en los Países Bajos?
Nos enseñó dónde deberíamos comprar nuestros alimentos y aprendimos también que un carro del supermercado es (era) gratis. Todos los días traía una lista nueva en la que se indicaba dónde debíamos comprar la carne y en qué lugar las patatas eran sabrosas y baratas. Traía una tijera y un paquete de leche vacío y nos enseñaba la manera de coleccionar sellos.
Ir de compras resultó ser una materia difícil. En una fotocopia de un plano de la ciudad marcábamos dónde se situaba Wibra y dónde estaba la tienda Zeeman (tiendas con precios muy asequibles). Tomábamos notas y notas y notas y recordábamos dónde podíamos cambiar los sellos por toallas de mano. Y sin embargo, nunca conseguimos llevar las lecciones a la práctica. Al final del curso, la mujer escribió, para que no quedaran dudas: «Nunca a Albert Heijn, siempre al Aldi» que es mucho más barato.
Gracias a su empeño supimos dónde encontrar ropa de segunda mano. Y es que, con tanta pobreza en el mundo – algo que nosotros los refugiados, conocíamos muy bien – ¿para qué comprar ropa nueva? No necesitábamos imitar a los codiciosos neerlandeses. Ella estaba convencida, convencidísima, de que habíamos traído nuestro sentido común. Todos habíamos sobrevivido una guerra, un dictador, una hambruna. Por eso, sabíamos que en la vida lo que importa no es la ropa, ni tampoco Albert Heijn.
Entraba a la clase lastimosa y llorosa. En su rostro nunca se dibujó una sonrisa. Su falda de los años cincuenta no habían conocido jamás el calor de una plancha. Sus largos y grasientos cabellos nunca conocieron el placer de balancearse en una cola. Ella fue quien destruyó mi primera imagen de las mujeres neerlandesas. Llegó incluso a usurpar en mis sueños el lugar de otra mujer neerlandesa. Nos infundía temor con una larga y siniestra palabra neerlandesa: «De deurwaarder.» (1)
Imagínate que no hayas pagado «de onroerendgoedbelasting» (2). Imagina que te hayas quedado demasiado tiempo bajo la ducha y ya no puedas pagar la cuenta del agua. De pronto llega el hombre. De deurwaarder. Se lleva tu cama. Justo cuando las vecinas neerlandesas están espiando detrás de las ventanas: «¡Mira! El hombre, el extranjero, se ha quedado demasiado tiempo debajo de la ducha.»
Ella perforó mi alma y trató de afincarse en algún lugar de mi subconsciente. En la pausa siempre nos elegía para sentarse con nosotros. Sacaba una manzana arrugada de su roído bolso negro y la comía. No, no la comía. Casi lloraba por la pérdida de la manzana. La sostenía con la base hacia arriba y se la tragaba con piel y corazón y todo. Luego depositaba con orgullo el tallito sobre la mesa, mientras varios ojos oscuros de sorprendidos extranjeros seguían atentamente el proceso.
Ahora, dieciocho años más tarde, todavía me sigue persiguiendo. Cuando consumo algún bocadillo grasiento y barato, ella reaparece en mis sueños. El domingo pasado por la noche compré un par de croquetas de las que se venden en los puestos de las estaciones de trenes, las que se extraen de las máquinas. Por la noche soñé que me casaba con ella. Mi verdadera mujer me despertó y me liberó de una terrible pesadilla: «¿Por qué estabas llorando, me preguntó?» Tengo miedo de que, si alguna vez puedo regresar a mi país, ella se venga conmigo.
1.El oficial que llega a embargar los bienes cuando hay una
denuncia por falta de pago de alguna deuda.
2.Impuesto a los bienes inmuebles
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